sábado, 13 de marzo de 2010

LA MODERNIDAD FILOSOFICA-SOCIAL

La modernidad está asociada a acontecimientos filosófico-sociales, por lo cual varias son las miradas de los filósofos al respecto. Habermas (1998) considera que muchos filósofos han tenido una visión sociocósmica demasiado estrecha de la modernidad: “Hubo quien se consideraba moderno en pleno siglo XII o en la Francia del siglo XVII”. La modernidad, como fenómeno filosófico-social, ha producido un cambio en la relación que existía entre filosofía y ciencia y hombre como ente social impulsor de las transformaciones.

La modernidad es, por tanto, un momento en la historia en donde el conocimiento teórico y el conocimiento experto se retroalimentan de la sociedad para transformarla. Dentro de esta compleja maraña social lo moderno parece no querer dejar sus vínculos con el pasado.

Habermas acusa que “el mundo está infestado de modernismo”. Y como acusación, la sentencia importa crítica y liberación de “motivaciones hedonísticas” que no aportan a la construcción de una sociedad compatible con las bases morales y racionalidad que implican ser un ente social. Según Habermas, la autoridad de la modernidad restringe al hombre su identidad y su existencia sociales.

Muchos consideran que el fundamento filosófico del modernismo es kantiano. Esto es verdad, si por filosofía kantiana se entiende todo sistema que tiene una conexión de raíz con la filosofía del sabio de Koenigsberg.
En otras palabras, la base de la filosofía modernista es kantiana si, debido a que Kant es su progenitor y más ilustre representante moderado, todo agnosticismo puede ser llamado Kantismo (entendiendo por agnosticismo la filosofía que niega que la razón, usada de todas formas de una manera especulativa y teórica, pueda lograr un conocimiento verdadero de las cosas suprasensibles). No es nuestra ocupación aquí oponernos a la aplicación del nombre de kantiana a la filosofía modernista.
En realidad si comparamos los dos sistemas, encontraremos que tienen dos elementos en común, la parte negativa de la “Crítica de la Razón Pura” (que reduce el conocimiento puro o especulativo a la intuición de los fenómenos o experimental) y un cierto método argumentativo al distinguir el dogma de la base real de la religión.

En el sistema de Kant, los dogmas y la entera armazón positiva de la religión son necesarios solo para la infancia de la humanidad o para el pueblo común. Son símbolos que guardan cierta analogía a las imágenes y a las comparaciones. Sirven para inculcar esos preceptos morales que para Kant constituyen la religión. Los símbolos modernistas, aunque mudables y huidizos, corresponden a la ley de la naturaleza humana.
Generalmente hablando, ayudan a excitar y nutrir el sentimiento religioso efectivo que Kant (quién lo conocía de su lectura de los pietistas) llama schwärmerei. Kant, como racionalista, rechaza la religión sobrenatural y la oración. Los modernistas consideran la religión natural como una abstracción inútil; para ellos es la oración la que constituye la esencia misma de la religión. Sería más correcto decir que el modernismo es un hijo de Schleiermacher (1768-1834), quien pensó que debía algo a la filosofía de Kant, aunque construyó su propio sistema teológico. Ritschl le llamó el “legislador de la teología.

En el Modernismo resurge la concepción subjetiva de los valores, retomando algunas tesis aristotélicas. Hobbes en esta etapa expresó: "lo que de algún modo es objeto de apetito o deseo humano es lo que se llama bueno. Y el objeto de su odio y aversión, malo; y de su desprecio, lo vil y lo indigno. Pero estas palabras de bueno, malo y despreciable siempre se usan en relación con la persona que los utiliza. No son siempre una regla de bien, si no tomada de la naturaleza de los objetos mismos.

El modernismo coincide con un rápido y pujante desarrollo de ciertas ciudades hispanoamericanas, que se tornan cosmopolitas y generan un comercio intenso con Europa, se comparan con las urbes estadounidenses y producen un movimiento de ideas favorables a la modernización de las viejas estructuras heredadas de la colonia y las guerras civiles.
A la vez, estos años son los de la confrontación entre España y Estados Unidos por la hegemonía en el Caribe, que terminó con el desastre colonial de 1898, hecho que dará nombre a la generación del 98, que tuvo importantes relaciones con el modernismo.
En América, la definitiva salida de los españoles planteaba el dilema de norteamericanizarse o reafirmarse en su carácter hispánico o, más en general, latino, para lo cual se remontan las fuentes a los clásicos de Grecia y Roma, cribados por los modelos franceses.

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