El libro Imperio de Antonio Negri y Michael Hardt plantea muchos interrogantes y varios límites en cuanto a la teoría sociológica y política.
En primer lugar una vaga idea de "multitud" intenta reemplazar al concepto de clases sociales renovando una vieja concepción populista, ajena al marxismo. Si bien no existen, para la ciencia, conceptos dogmáticos y la realidad muta y se renueva, la heterogeneidad del asalariado en el siglo XXI para nada ha modificado el antagonismo entre las clases que, por el contrario, se ha profundizado, arrastrando la obtención de la plusvalía (trabajo no pagado) a escala mundial.
El segundo aspecto en debate es qué quieren decir Negri y su discípulo cuando hablan de la necesidad de generar una "nueva Internacional Comunista". ¿Se trata de una estructura de poder? ¿O es una plataforma para desarrollar un cambio cultural radical? Pareciera que es esto último. Si bien la nueva izquierda cuestiona acertadamente la centralización, el vanguardismo y la dictadura autocrática, lo que trata es crear nuevas formas de construcción política desde la sociedad que reemplacen al Estado capitalista. Se parece pero lo de Imperio no es el concepto gramsciano de "hegemonía cultural", se acerca mas bien a una idea del socialismo utópico pramarxista.
Otra parte importante del libro habla de que no existe un mercado global (en la forma en que se habla desde la caída del Muro de Berlín, es decir, no solamente como paradigma macro-económico sino como categoría política) sin forma de estructura jurídica, y que el orden jurídico no puede existir sin un-poder que garantice su eficacia. El orden jurídico del mercado global (que nosotros llamamos "imperial") no enmarca simplemente una nueva figura del poder supremo que tiende a organizar: registra también nuevos potenciales de vida y de insubordinación, de producción y de lucha de clases. Desde la caída del Muro de Berlín, la experiencia política internacional ha confirmado ampliamente esta hipótesis.
Ha llegado pues el momento de abrir una verdadera discusión y de verificar de forma experimental, los conceptos (mejor, las denominaciones) que nosotros proponemos, con el fin de renovar la ciencia política y jurídica a partir de la nueva o organización del poder global. Habría que estar loco para negar que actualmente existe un mercado global. Basta pasearse por Internet para convencerse de que esta dimensión global del mercado no representa solamente una experiencia originaria de la conciencia económica, o incluso el horizonte de una amplia práctica de la imaginación (como nos cuenta Fernand Braudel a propósito del final del Renacimiento), sino una organización actual. Más aun: un nuevo orden.
El mercado mundial se unifica políticamente en torno a lo que, desde siempre, se conoce como signos de soberanía: los poderes militar, monetario, comunicacional, cultural y lingüístico. El poder militar por el hecho de que una sola autoridad posee toda la panoplia del armamento, incluido el nuclear; el poder monetario por la existencia de una moneda hegemónica a la que está completamente subordinado el mundo diversificado de las finanzas; el poder comunicacional se traduce en el triunfo de un único modelo cultural, incluso al final de una única lengua universal. Este dispositivo es supranacional, mundial, total: nosotros lo llamamos "Imperio".
Pero todavía hay que distinguir esta forma imperial de gobierno de lo que se ha llamado durante siglos el "imperialismo". Por ese término entendemos la expansión del Estado-nación más allá de sus fronteras; la creación de relaciones coloniales (a menudo camufladas tras el señuelo de la modernización) a expensas de pueblos hasta entonces ajenos al proceso eurocentrado de la civilización capitalista; pero también la agresividad estatal, militar y económica, cultural, incluso racista, de naciones fuertes respecto a naciones pobres.
En la actual fase imperial ya no hay imperialismo -o, cuando subsiste, es un fenómeno de transición hacia una circulación de valores y poderes, a escala del Imperio. Lo mismo que ya no hay Estado-nación: se le escapan las tres características sustanciales de la soberanía -militar, política, cultural-, absorbidas o reemplazadas por los poderes centrales del Imperio. Desaparece o se extingue así la subordinación de los antiguos países coloniales a los Estados-nación imperialistas, al igual que la jerarquía imperialista de los continentes y de las naciones: todo se reorganiza en función del nuevo horizonte unitario del Imperio.
. ¿Por qué llamar "Imperio" (insistiendo sobre la novedad de la fórmula jurídica que el término implica) a lo que podría considerarse simplemente como el imperialismo norteamericano posterior a la caída del Muro de Berlín?
Sobre esta cuestión, nuestra respuesta es clara: contrariamente a lo que sostienen los últimos defensores del nacionalismo, el Imperio no es norteamericano; además, en el transcurso de su historia, Estados Unidos ha sido mucho menos imperialista que los británicos, los franceses, los rusos o los holandeses. No, el Imperio es simplemente capitalista: es el orden del "capital colectivo", esa fuerza que ha ganado la guerra civil del siglo XX.
Por tanto, luchar contra el Imperio en nombre del Estado-nación pone de manifiesto una total incomprensión de la realidad del mandato supranacional, de su imagen imperial y de su naturaleza de clase: es una mixtificación. En el Imperio del "capital colectivo" participan tanto los capitalistas norteamericanos como sus homólogos europeos, lo mismo quienes construyen su fortuna sobre la corrupción rusa como los del mundo árabe, de Asia o de África, que pueden permitirse enviar sus hijos a Harvard y su dinero a Wall Street
Por último, Negri sostiene reiteradamente la desaparición de los "Estados nacionales". Si bien es cierto que el Estado moderno se ha transformado por la concentración y trasnacionalización de la economía no lo es menos que sigue siendo ese Estado la "nodriza" indispensable e insustituible para motorizar y mantener al capitalismo
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