domingo, 18 de abril de 2010

ESTADO IDEAL = A UTOPIA


Las tendencias ideológicas que han marcado el pensamiento utópico de la historia de la humanidad, la única conclusión realmente cierta a la que he podido llegar es que, la filosofía política y los sueños del idealismo social, son tan complejos y relativos que resulta imposible deducir verdades axiomáticas de sus entrañas.
Con esto, no muestro mi oposición a estos ideales, ni pretendo desengañar a todos aquellos que, alguna vez, depositaron sus esperanzas en el sueño de una sociedad mejor, simplemente expreso mi convencimiento ante la imposibilidad práctica del pensamiento utópico, creyéndome así en el deber de advertir sobre sus peligros y vanidades.

La utopía es por definición irrealizable, pues su instauración requiere de estructuras perfectas y la perfección es sencillamente ilusoria. Es por tanto una meta y no una realidad, una finalidad necesaria que nos abre los ojos y aporta la energía necesaria para impulsar el motor del cambio social, pero que no debería llegar en ningún caso comprometer al mundo en que es alumbrada.

Sin embargo, la escasa dimensión práctica de la noción no debería ser excusa para frenar su curso. Estaría de acuerdo en relegarla del ámbito político por los peligros que podría suscitar en el seno de una sociedad huérfana de ideales razonables, pero bajo ningún concepto respaldaría las opiniones de quienes se han empeñado en hundirla con argumentos falaces y demagogias baratas.
Porque la utopía esta detrás de todo aquel que no se conforma con las injusticias, de todos los que se indignan cuando contemplan la represión de sus libertades y, en definitiva, detrás de todo ser humano consciente y comprometido con sus ideales, unos ideales en constante cambio, que deberían moverse, como la utopía, al mismo paso que avanza la humanidad.

Para comprender esto, no hay mas que echar una mirada atrás y tratar de imaginar que habría sido de nosotros si la utopía nunca hubiera existido. Si, por ejemplo, los revolucionarios franceses se hubieran conformado con el absolutismo monárquico y el liberalismo nunca hubiera llegado a extenderse o si la burguesía se hubiera rendido ante los privilegios nobiliarios y el capitalismo del que tanto nos quejamos ahora hubiera sido tan sólo un espejismo, oculto tras la rigidez del sistema feudal.
De haber sido así, de habernos quedado estancados en el conformismo y la comodidad, probablemente hoy no seriamos el pueblo crítico, libre y cívico (hablando, claro esta, en términos relativos, pues ni todo el mundo goza de nuestra situación, ni ésta es la más idónea para hablar de utopía), del que tanto nos enorgullecemos.

Así pues, parece obvio que la utopía es el único instrumento de la evolución social, una herramienta sin la cual difícilmente seriamos lo que somos, pero debo reiterar que no es ni mucho menos una arma inofensiva. Al igual que lo fue la dinamita en su día o la energía nuclear más tarde, su poder constructivo es colosal, pero la facilidad con que se vuelve en contra nuestra, provocando situaciones antes inimaginables, es sencillamente sorprendente.
Que decir, sin ir más lejos, del nazismo, que encontró en la utopía de una sociedad superior, la excusa necesaria para suprimir y apartar de su camino a los miles de ciudadanos que, simplemente, no eran lo que se esperaba de ellos. ¿A caso no era el "Mein Kampf" la justificación escrita de una utopía y el holocausto nazi un mal necesario para preservar la integridad de una sociedad perfecta?, Sería imposible rebatir estas cuestiones si considerásemos la viabilidad de la utopía en el terreno político, porque el mismo derecho tenia Hitler a poner en practica su proyecto político que, por ejemplo, Marx a llevar a la realidad su utopía socialista.

Empero, nos indignamos ante la primera afirmación porque nos parece obvio y acertado negarle el derecho a gobernar al ideólogo del mayor genocidio de la humanidad, mientras que respetamos la segunda porque nos parecen razonables algunos de sus principios. Probablemente, las distancias sean tan evidentes como parece, pero quizá, la única diferencia resida en hecho de que uno, desgraciadamente lo mostró y, el otro, nunca llegó a hacerlo. Estamos pues ante una de las más complejas cuestiones del pensamiento utópico: ¿Debemos consentir la instauración de la utopía política?

Mi respuesta, aunque no exenta de vacilaciones, es no. No, porque, como afirma Popper, se encuentra demasiado próxima al totalitarismo y un denominador común de todas sus variantes es la inmutabilidad de su estructura, la imposibilidad de cambiar los aspectos con que no estemos de acuerdo y, por consiguiente, de evolucionar. Popper se dio cuenta y tras exponer su teoría sobre el historicismo, explicó que la utopía implicaba la creación de una sociedad cerrada y con ella, de un totalitarismo.

Por todo esto no puedo apoyar la vertiente práctica de la utopía, pues considero una temeridad el hecho de involucrar a toda la ciudadanía en un proyecto político que impide los cambios sociales, por muy razonable e idílico que parezca.

Pero Popper era demasiado escéptico. La crueldad del mundo en que desarrolló su obra (primera mitad del s. XX), le hizo ver que la mejor postura ante el idealismo político era el realismo y la crítica de las justificaciones historicistas. Así se opuso a la utopía y se mostró reacio a consentir su ideología, pero a diferencia del realismo maquiavélico que ni siquiera se molestó en contemplar sus aportaciones en el terreno de la política, Popper sí se mostró más transigente con su voluntad reformadora.

Sin embargo, pese a las críticas, los continuos mazazos de la historia y los frecuentes desengaños sufridos, el pensamiento utópico nunca ha desaparecido de nuestras vidas, siempre ha estado junto a nosotros, caminando sereno y cuerdo, sin detenerse en los errores de sus mayores abanderados. Así, aunque a menudo se mantuviera oculta tras la censura o la temeridad, la utopía siempre ha vuelto para conducirnos hacia un mundo mejor. Resulta difícil saber porqué, pues lo más lógico habría sido morir en el intento.

Por ello, pienso que, si el pensamiento utópico sigue presente (y es evidente que sí) en la mente de la humanidad, es porque forma parte de ella. Es por tanto un elemento básico del progreso y su permanencia entre nosotros es, ha sido, y será siempre, el mejor aval de la evolución social. Así pues, cuando alguien se pregunte si la utopía dejará algún día de tener sentido, sólo debe pensar que ésta, es sencillamente un sueño, y como soñar es inevitable, también lo es especular entorno a un mundo mejor.

Así pues, por todo cuanto he expuesto en este escrito y todo aquello que aunque me hubiera gustado, me ha sido imposible mostrar, considero una obligación de todos el hecho de conservar y perpetuar el pensamiento utópico. No por su importancia en la dimensión real de nuestro mundo, sino, más que nada, porque cuando la voz de la palabra y el poder de las ideas sean el último recurso, la utopía será nuestra única arma para alentar de nuevo a los vencidos y cambiar el mundo que la vio nacer.

No hay comentarios:

Publicar un comentario